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martes, 5 de marzo de 2013

Profesores que aburren a sus alumnos




Profesores que aburren a sus alumnos

Un profesor que disfruta con la docencia hace disfrutar a sus alumnos y uno que se aburre enseñando irremediablemente les cansará y aburrirá. Los profesores que aburren a sus alumnos presentan la información de manera poco atrayente, monótona y pesada. Logran convertir actividades fantásticas como son pensar, analizar, calcular, razonar o memorizar en algo fastidioso que no interesa. A menudo se trata de profesores impuntuales, que no están dispuestos a cambiar, a ser puntual, a trabajar bien, a adaptarse, a comprender, a dar oportunidades. Por supuesto, tampoco están interesados en comunicarse personalmente con sus alumnos ni con sus colegas. Es decir, no están dispuestos a mejorar ni a aprender. Por ello, no pueden contagiar las ganas y la ilusión por aprender porque no las tienen. 

Los estudiantes se aburren también con los profesores vanidosos y pedantes. Hay profesores que se suben a un pedestal delante de sus alumnos utilizando un lenguaje complicado o pregonando de manera pretenciosa sus títulos académicos, congresos y publicaciones. Los alumnos suelen sentir a estos profesores como muy alejados de su realidad y, por tanto, no logran sintonizar con ellos. El objetivo fundamental de esos profesores es quizá el de triunfar, alcanzar su éxito particular, pero no el de contribuir a la mejora de sus alumnos y de la sociedad. La búsqueda de la propia "excelencia" del profesor aburre soberanamente a sus alumnos que no llegan a entender dónde está la supuesta excelencia de su profesor.

Cómo disipar el aburrimiento

El aburrimiento en una clase se disipa como la niebla en la montaña. Un golpe de viento, un brote de verdadero interés y "resucitan" los estudiantes. Cuántas veces el clima de una clase cambia radical y favorablemente por unas palabras acertadas del profesor, por el entusiasmo con el que las pronuncia, o por una mirada de atención o un gesto de interés dirigido a sus alumnos. Un profesor que en su tarea profesional logra transparentar su contento, sus ganas de aprender, su convencimiento personal de lo que dice y hace, realmente  reaviva a sus alumnos. 

Los jóvenes están dispuestos a seguir a los maestros que son auténticos, que piensan lo que viven, que dicen lo que piensan y que viven lo que dicen; que respetan, valoran y quieren a sus alumnos y no tienen reparo en que se note; que exigen, pero también aclaran, corrigen y saben dar oportunidades; y por supuesto profesores que dominan la materia que imparten y no dejan de aprender y actualizarse día a día.

Es cierto que cuantos más recursos domine un docente, más posibilidades tendrá a la hora de educar, pero tiene que saber adaptar esos recursos a las capacidades y características de sus alumnos. No nos parece que la solución al problema del aburrimiento se encuentre en introducir en el aula nuevas tecnologías o técnicas de trabajo cooperativo —por poner unos ejemplos— tan en boga hoy en día, pues éstas son únicamente herramientas de apoyo, útiles pero del todo insuficientes. Como dice un colega nuestro, un profesor aburrido es capaz de aburrir a sus alumnos con cualquier aplicación de las nuevas tecnologías, mientras que un profesor creativo, ameno y divertido —que nada tiene que ver con ser jocoso o bufo, sino con mostrarse alegre y de buen humor— es capaz de hacer disfrutar a sus alumnos aprendiendo de memoria el abecedario o las tablas de multiplicar. 

Necesitamos profesores cuyas metodologías estén centradas en los contenidos, pero también son importantes las formas. Necesitamos profesores cuyas evaluaciones vayan dirigidas al resultado final de la enseñanza que desarrollan y a lo que los estudiantes aprenden, pero también —y queremos subrayarlo— al grado en el que los alumnos disfrutan aprendiendo. El profesor no puede aburrir, no puede matar las ganas de aprender de sus alumnos.

Los jóvenes de hoy necesitan profesores competentes, creativos, entregados y entusiasmados. Profesores que amen lo que hacen y que sean capaces de cautivar la atención de sus alumnos con su trabajo. Cualidades todas éstas del buen profesor que no pueden improvisarse, y que hay que cultivar con esfuerzo y empeño día a día. Este es el reto para los profesores que no están dispuestos a aburrirse en su trabajo y que, por supuesto, no quieren que sus alumnos se aburran.

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